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Indifferens / Título

FICHA

Pablo Pérez Palacio

Indifferens / Título

17 / 02 / 2022

Impresión sobre acetato

27 cm x 27 cm

Fotografía: Pilar Gómez Salvador

(CON)TEXTO

El horizonte no se puede describir solo en términos de oposición, al contrario, su noción alude a una muy compleja relación entre lo que está más allá y lo que habita en él.
Es, en la obsesión del encuentro con uno mismo, en ese espacio sin más allá y las proyecciones propias de un YO - atrofiado, que doy con el mayor de los peligros: olvidar al otro.

Yo, no sabría medir el tiempo que ha pasado desde cualquier cosa que haya empezado. ¿Ha existido, existe o existirá? cualquier temporalidad más allá? de esta inmediatez?

Un sueño. Una ascensión. Las primeras escaleras que subo abren la posibilidad del desarrollo, de un Yo en el tiempo y no uno dominado por los planteamientos siempre bajo la prisa, inmerso en una aceleración ad infinitum que me impide apreciar diferencia alguna. Mi taller en la Casa de Velázquez es el 202, más escaleras, de nuevo me encuentro ascendiendo mientras recuerdo las tensiones que me han empujado hasta aqui?. La sensacio?n de un antes y la imagen en el horizonte de un YO-siguiente va cobrando fuerza conforme voy descubriendo mi espacio de trabajo. Es alto y tiene dos ventanales cubiertos por dos cortinas enormes y blancas. Bromeo con el eco. No se? que hago aqui?. Puede que se hayan confundido. Estoy dentro, pero me encuentro muy lejos de llegar a entrar. La gravedad de este espacio a conquistar aumenta. Yo, empiezo a cavar el hueco por el cual caer. No tardo en comenzar a correr detrás de mí. Intento alcanzarme. Hoy es el día de la bienvenida oficial. Estamos muchos en la sala. Saludo a los compañeros que esta?n a mi lado. Estoy nervioso. Quiero intentar captar todo lo que pueda suceder. No ha pasado mucho tiempo que ya me esta? doliendo la cabeza. No dejo de pensar en lo que pueda necesitar. Miro a un lado y a otro, la gente aparece y desaparece en función de mi atención. Tantas cosas para tener en cuenta que no tardo en verme solo. Surge en la sala un tono épico que va en incremento hasta hacerme caer en la indiferencia. La habitacio?n pasa a estar en silencio. ¿Por que? sigo aqui? sentado? Parpadeo e intento ir ma?s alla? de mis inquisiciones. Vuelven a estar todos. ¿Tendrá? tambie?n eco esta sala?

Recorro la Casa. Necesitaría entrar en el 202 para transformarlo y hacerlo mi?o. La fuente del patio está seca. Solamente reconozco ciertos rincones de la Casa como propios: el jardi?n, la arquitectura del patio o las columnas que soportan una pasarela con vistas a un parking seguido de unas montan?as. Hoy es el di?a en el que presento mi proyecto a mis compan?eros. Solo pienso en mi turno. Quiero hacerlo bien e intentar ser ese centro que tanto necesito. Pasan sus proyectos, reconozco ima?genes y busco mi reflejo. Dina?micas que se repiten en un simulacro de atencio?n. Solo pienso en mi turno. Es fundamental compartir con ellos como he llegado aqui?. El problema radica en una caída que no evidencia ninguna trayectoria clara. Camino y hablo. Seguramente me repito. Mi visio?n y cualquier proyeccio?n derivada de esta describe un bucle que nunca sabes donde acaba para seguir con lo siguiente. El bombeo es tan fuerte que no podría sentarme, de repente, ya he acabado. Vuelvo a bajar escaleras. Yo como en la cocina del so?tano. Me gusta el ruido de su campana, me ayuda a escribir, de alguna manera se parece mucho al de mi propia cabeza. Un pasillo decorado con puertas que no tienen nada para mi, doblo una esquina para coger otro pasillo ide?ntico y ya llego. Como fuera, en un lateral del jardi?n, mientras imagino que el 202 es la panza del edificio donde acabare? siendo digerido. El escenario está vivo, cambia a cada intento por memorizarlo. Luego tendré que volver a buscar un modo de entrar.

Exploro el Madrid cercano a la Casa. La gravedad de un tiempo caduco en ese espacio que ni conozco ni reconozco no permite alejarme. Encuentro una pasteleri?a. Me parece haber oi?do hablar de un par de restaurantes a unas calles de la estacio?n de Moncloa. Una nueva nota en mis planos. Mi relacio?n con el mundo se esta? viendo reducida al entretenimiento inmediato. Regreso para bajar ma?s escaleras. El hueco de la Cai?da esta? creciendo. Bajo al jardi?n. Alli? esta? la mesa entorno a la que me siento para celebrar porque sí. ¿Tengo tiempo para esto? El laberinto comienza a ser una realidad. Es extran?o el lugar, pero familiar esta? sensacio?n de extran?eza. Los talleres del jardi?n esta?n alli? y yo aqui? arriba. La distancia con ellos se produce a todos los niveles. Son la intermitencia del esfuerzo que hago por escuchar, por intentar ir ma?s alla? de la bu?squeda de mi reflejo. ¡No puedo salir de aqui?! El aqui? se está viendo reducido a su mi?nimo exponente: YO. El horizonte sigue su ritmo decreciente, se cerrara? sobre mi mismo. Fuera de la Casa es como dentro de ella. Las plantas del Madrid que van creciendo en mis cartografi?as, al igual que las de la Casa y sus dominios, son solo las formas huecas de este trágico simulacro de colectividad. No consigo llevar mi mirada ma?s alla? de mi?. Dentro, en la Casa, en el jardi?n vuelvo a intentarlo, debo ser el centro. Creo que temo desaparecer. Bajando las escaleras pienso en la direccio?n a seguir. Mis proyecciones, aquellas que transito carecen de li?mites. ¿Co?mo siquiera plantearme sentido alguno si carezco de forma? No busco encajar sino prevalecer en la suma. Yo, por encima. Yo, en el centro. Sigo buscando el modo de entrar en el 202. El suen?o inicial y su dorado empieza a ser un apunte translucido que apenas se deja reconocer. Mientras tanto, bajo a la biblioteca a buscar algu?n libro que me pueda dar la razo?n. No necesito ma?s. A partir de este segundo solo consultare? mis notas.
Los otros nunca esta?n, pasan a mi lado, a lo lejos. Ellos hacen cosas. Debo estar atento por si me interesa algo de entre todas esas cosas. El afuera. La Casa persiste en su agenda asincro?nica para con mis ritmos. ¿Cómo terminar nada o siquiera empezar sino puedo acceder al 202? Las otras velocidades exigen de una comunicación rápida bajo demandas de claridad, pero con intenciones reductoras. Mi adaptacio?n es constante, el estado líquido que he alcanzado no parece ser suficiente. No puedo ma?s que, pensando en mi bienestar, responder con Indiferencia a estos ordenes ajenos que quieren superponerse al mi?o. Bajo a comer, la cocina esta? cerrada. Recuerdo que hay otra unas escaleras ma?s abajo. Solo veo una mesa y una silla. No me preocupa mientras sean las mías. Creo que no queda nadie por aqui?. Todo el lugar se planteaba desde la utopi?a del compartir, cuando poco a poco se esta? transformando en una suerte de espacio metafi?sico que habitar de dentro hacia dentro, buscando un centro al que se me niega la entrada, uno que quiza? no exista. Vagabundeo entre estos muros robustos, a cada giro, a cada nueva bifurcación espero encontrarme con la bestia que pueda detener este descenso perpetuo. El vacío se presenta como la única oposición. En la cai?da por el hueco, YO soy la bestia que se devora a si misma. Soy consciente de que el alimento llega de afuera, alla?, alli? comienza a no haber nada para mi?, sin poder comer, decido mutilarme en la auto-referencia.

Las columnas del patio ya no soportan el peso de este lugar. Hoy he visto por primera vez el Ojo de la Casa. Vigila mis intentos por continuar. Los nu?meros de las puertas del pasillo Oeste de la segunda planta saltan el 202. ¿¡!?. Aqui? no sirve el hilo de Ariadna. No hay puerta, pero distingo Ruido al otro lado. ¡Creo que es mi voz!¡Soy YO! ¿Co?mo puedo estar en mi taller y fuera al mismo tiempo? El Ojo ya no dejara? de observar. Despue?s de oi?r una voz, au?n sabiendo que es mi?a, bajo ra?pidamente al jardi?n a sentarme con algu?n otro. Puede que hoy consiga oi?r lo que tengan que decir. Ellos parecen oi?rme. Hablo. Me repito en mis intentos por compartir mis obsesiones. Empiezo a entender a través de sus caras de sorpresa, como si fuese la primera vez que las oyesen, que yo tambie?n soy un otro que hace sus cosas incomprensibles desde un discurso unidireccional. Nada. Bajo ma?s escaleras. Salgo a la calle pretendiendo alejarme de la Casa. Sigo alli? sentado intentando descifrar algo. Sigo alli?, marcando en el muro una silueta donde antes estaba la puerta del 202. Sigo dentro haciendo cosas. Crei?a poder alejarme. Soy la huida fundamentada en la ausencia de direccio?n. Busco algo lejos del silencio. Despliego las transparencias del plano y busco mis dosis de Ruido por Ruido, de la emocio?n por emocio?n que me demuestre existencia sin importarme la degeneración enraizada en cualquier dina?mica sin ma?s propo?sito que la suma. YO, quiero más. El horizonte es cada vez ma?s pequen?o, los muros se repiten, no logro diferenciar los del pasillo de la Casa con los de la calle. Empiezo a pensar que esta des-orientación no se puede resolver sin la violencia del tra?nsito, de la necesaria transformacio?n del animal de carga al Leo?n que pueda sonrei?r a este galimati?as cada di?a ma?s inteligible. ¿Do?nde esta?n mis entran?as? 202 pra?cticamente ocupa todo mi ser. La angustia radica en un YO al que le suceden cosas que no soy YO, en una combinacio?n caleidosco?pica, fragmentado, mis versiones se disocian entre sí en un afuera ausente, que pretendo siempre sea entretenido.

La mirada y su retorno van desapareciendo conforme los talleres de los otros colapsan. No la necesito. YO me miro y eso es ma?s que suficiente. El Ojo de la Casa se ve potenciado por mi propia vigilancia. Ellos me ven, pero YO no veo a nadie. No hay nada que devolver. El poder del Ojo se extiende a todo lo explorado. Estar en el 202 e intentar entrar es la representacio?n de esta? cai?da dislocada, de trayectoria quebrada a la ubicuidad. Los ojos se potencian a medida que mis segundos se acumulan. Aqui?, los estados de uno se rinden a una intermitencia dictada por la demanda de resultados. ¡Hay que hacer! Pretender mostrar lo que logro rascar de eso que se desparrama entre mis torpes manos ¿Co?mo he llegado aqui?? ¿Que? pueden esperar todos aquellos que no logro ver ni oi?r? El otro esta? inmerso en un proceso de dilucio?n. Las escaleras y sus escalones se empinan hasta hacerme perder el equilibrio. La Caída está creciendo, se dispone a engullirme. He comprado un pastel. En la mesa del jardi?n, en la cafeteri?a hay indicios de una reunio?n. Las raciones esta?n ya repartidas. Este es mi trozo. No necesito nada ma?s que una cuchara para no desesperar en estas fiestas mudas de pensamientos atronadores. Los otros se han debido de marchar a otro sitio al cual no sé llegar. ¿Faltan li?neas en mi plano ? Debo estar dormido. Querri?a descansar. Bajo de nuevo para tomar el pasillo que conduce al jardi?n. Aqui? todo se ilumina a tu paso. Eso me gusta. Triste por la poca fuerza que tengo, defraudado por dejar atra?s las tensiones del suen?o y volver a un deberi?a, a un tendri?a que busca castigarme sin pausa. Es, en este punto que aparece la culpa y su ve?rtigo por no haber llegado a ningu?n sitio. ¡Caigo! ¿Hay sitios a los que llegar en y desde mi horizonte YO? Salto al Ruido, vuelvo por otro beso ma?s, por otro vino ma?s, por otro sabor ma?s que impida mi desaparicio?n. Soy una construccio?n que recae en el YO, siempre envuelto en una cacería tras la recompensa que no sabré reconocer como tal.

Es en el baile de lo ausente y lo presente que aparece el ritmo dador de movimiento. Es, entre las li?neas de mi tiempo, que intento adivinar las estelas que me indiquen alguna direccio?n en este enfoque del Todo-ausente o Todo presente sin término medio. Alli?, entre todo lo que no alcanzo a entender está lo interesante, la entrada al 202. La casa se ha tornado en un escenario de silencios huecos, decenas de voces imposibles de diferenciar.

Sumergido, bajo la desproporción de este medio traumático, lejos de cualquier posibilidad de asimilación y o desarrollo en el tiempo, YO respondo desde un nivel afectivo con la Indiferencia para poder sobrevivir.

¿Acaso me puedo permitir un segundo fuera? Lejos de abandonar mis intentos, la intuicio?n me dice que la u?nica manera de recuperar la intensidad que pueda re-tensar el suen?o inicial, se encuentra en el otro como posibilidad. Otros que ya ni siquiera veo, que creo que ya no viven aqui?. ¿Cua?nto tiempo llevo en la Casa? ¡No puedo salir del 202! ¿Cua?nto tiempo debo de llevar ensimismado en mi propia ruina, para que ya solo reconozca la posibilidad de un horizonte bajo los dictados de la repeticio?n, lo ide?ntico y la soledad? La respuesta es siempre la misma: ahora y aqui?, YO-solo-YO.